lunes, 23 de marzo de 2015

Un pedazo de mí (5º relato)

Hay ocasiones en las que no entiendo el mundo. ¿Para qué sirve hacer llorar a una persona? ¿Qué es lo que gana el mundo con ello? No puedo pensar en el dolor que siento en mí cada vez que alguien sufre. Es increíble ver cómo personas disfrutan destruyendo a las personas. A veces pienso que los sentimientos son algo poderoso, sin embargo, también son tan frágiles y fáciles de destruir, sobretodo si son emociones hermosas y que pintan de color el mundo. Camino por las calles observando; las personas, las luces, animales. Escucho cuando hablan, ríen e incluso cuando lloran. Hay tantas mentes en el mundo, tantos pensamientos. Poco a poco se olvidan de lo que está más allá de nuestros propios corazones, de lo que significan los lazos y lo que otros pueden sufrir.
Llego a casa y hablo con personas, familia, amigos. Me siento tan triste cuando soy incapaz de levantar el ánimo a una persona. Es una oscuridad que me consume poco a poco y que cada vez hace que sea más difícil levantarme. Pero siempre hay una mano que me sostiene y que me ayuda a fortalecerme. Y como esa mano llega a hacerme más fuerte y resistente, quiero llegar a tender esa mano yo también.
Sentimientos y emociones terribles: la perdida de un ser querido; el dolor de que alguien te abandone; la sensación de una soledad eterna; la sensación de que decepcionas a alguien; el agujero que se te abre en el pecho cada vez que haces llorar a alguien cuando querías hacerle feliz.
A estos se anteponen otras clases de sensaciones; el olor del café recién hecho por las mañanas; el sol acariciando tu rostro; la luz de la luna; la caricia de una flor en tu cara; la sonrisa de un desconocido; la sensación de ser una persona única para otra; cuando simplemente llamas a tu mascota y esta te responde con amor; los cosquilleos en ese maldito estómago que te hacen saber que sientes respecto al otro; una cita; un beso; una caricia; un abrazo; todas estas tres últimas cosas juntas.
¿Qué prevalece? ¿Qué es lo más fuerte? Es tan impresionante que, aunque tengamos los mejores recuerdos y sean mayores que los tristes, éstos últimos nos hagan sufrir mas de lo que los otros nos hacen ser felices. O al menos, eso es lo que piensan muchos. Levantarse, mirar al cielo, llorar de felicidad, gritar "Estoy viva", oler la lluvia. Todo esto es lo que tiene que hacernos ver que somos humanos y tenemos todo lo bueno a nuestro alcance. Es difícil, no lo niego, pero si nosotros no lo hacemos, ¿Quién lo hará?
Espero que os haya gustado, recordad, compartid, comentar y, sobretodo, disfrutad.

domingo, 15 de marzo de 2015

4º relato

Miedo, ese sentimiento tan maligno que nos paraliza de tal forma, que no nos deja avanzar. Esta historia trata de un chico y este sentimiento, de cómo llegó a aceptarlo y a superarlo... ¿O quizás no?
Su mundo era tan incierto. Veía la felicidad tan lejana a él. Nunca empezaba nada, por miedo a no terminarlo. Su familia dejó de intentar que se esforzara, sus amigos dejaron de intentar hacerle ver la luz, incluso, la chica que lo amaba, se marchó, harta de llorar cada noche por no hacerle poder entrar en razón. Ni siquiera él mismo sabía cuál era su problema. Dejó de sentir que todo valía la pena, que no había nada para incentivar las capacidades que él podía desarrollar. "Él mundo es un lugar perverso", se repetía a menudo en sus pensamientos.
Un día, el correo llamaba a su puerta. Estaba en casa, solo. Le daba igual. Llegó hasta la puerta y el cartero le entregó una carta certificada. El muchacho se extrañó, la carta iba dirigida a un hombre, un hombre que no vivía allí. "Disculpe"le dijo al cartero. "Aquí no vive nadie llamado así". El cartero sonrió. "Pues la dirección está clara, así que no creo que haya error". Y tras decir eso se marchó.
El joven, frunciendo el ceño, miró la carta atentamente. Miró el destinatario. El nombre era Miguel. Abrió su portátil e intentó buscar en google con el nombre de su pueblo y el del destinatario. Descubrió que era el antiguo dueño de la casa en la que vivía y que había muerto hacía años.
Sin más dilación, abrió la carta. Si estaba muerto, no era un delito ¿No? Además hacía mucho que no le interesaba tanto algo. Comenzó a leer.
"Querido Miguel: No sé cuánto aguantaré en esta batalla y me queda tan poco tiempo, pero miro al cielo y me sigue pareciendo hermoso. El humo hace que me lloren los ojos, o esa es la excusa que pongo cada noche antes de dormir. El mundo está tan destrozado. Cada milésima de mi piel tiene la sospecha de que es mejor morir, hasta que los momentos me vienen a la mente. Los momentos contigo, Marisa y Elisabeth. Vuestros rostros, vuestras palabras, vuestros sentimientos. Esta guerra no es más que un intento de volver a separar al hombre de su cordura, pero yo resisto. ¿Sabes por qué? Por amor. Puede que muera joven, pero lo haré sabiendo que no he desperdiciado mi vida. Que he reído, llorado, amado, gritado. Todas estas cosas me hacen que esas lágrimas que recorren mi cara, sean de felicidad. He vivido mucho y también sufrido, no lo niego. Pero todas esas sensaciones las he tenido y eso es alguien que nadie me podrá arrebatar. Aunque sea en forma de nube, viento, espíritu o flor, sé que volveré a veros y, felizmente, gritaré "Estoy vivo" aunque no esté en carne y hueso. Por darme todo esto y por hacerme ver esto os digo: Gracias.
El muchacho, con lágrimas en los ojos salió de su casa, no dijo nada, solo corrió y cuando ya no pudo más se tumbó en el suelo en un parque y allí, volvió a sentirse tan vivo, que su piel vibraba más de lo que había vibrado jamás.